Salgamos de aquí cuanto antes —le dije casi sin aliento. Entre tanto, un hombre que no era viejo ni tampoco joven se acercó a nosotros.
—He perdido mi edad, ¿la han visto?
—¿Su edad? —pregunté mientras intentaba evitar que sus mugrientas manos entraran en contacto con mi ropa o, peor aún, con mi cuerpo.
Pero, cuando dejé de fijarme en sus harapos y lo miré a los ojos, un escalofriante azote recorrió mi cuerpo. Ese hombre tenía mis ojos. Mis ojos. Fue como mirarme en un espejo viejo y sucio.
Entonces Tomás, que había terminado de guardar su libreta de notas en el bolsillo trasero de su pantalón, obedeciendo mi anterior e imperativa llamada de auxilio, me cogió del brazo y corrió en dirección a la salida.
La mirada que aquel hombre dejó en mí, mientras su figura se convertía tan solo en un punto, bombardea mis sueños incluso cuando estoy despierto.

Escribí esto hace más años de los que estoy dispuesto a admitir. La foto no, la foto es reciente.
0 comentarios