Debería escribir más. Es algo que me repito cada tiempo. Porque creo que debo convertirlo en un hábito. Y es que, normalmente, solo lo hago cuando tengo la necesidad profesional de hacerlo: Todas las semanas escribo el programa de radio LaBerrea89 y escribo ficción o teatro solo en los periodos concretos que acoto para cumplir entregas. Pero no tengo un hábito para escribir durante un tiempo determinado en el día o un cierto número de palabras. Y a veces creo que me vendría muy bien. Si lo hiciera, pienso, tendría material para tres vidas… si llegara a hacerlo, por fuerza, escribiría más y mejor.
Y por otro lado, a veces, en contadas ocasiones, siento la necesidad de escribir sobre lo que me rodea, sobre lo que observo o, últimamente, sobre las estupideces que leo en internet. Y he dicho estupideces, no porque no haya cosas brillantes y genuinas que se pueden consumir en internet, todo lo contrario, si no porque son las estupideces las que trascienden y lo ocupan todo.
Y ¿qué hago?, ¿dónde vomito mis estupideces hablando de otras estupideces?

¿En Twitter?
El poco espacio requiere y premia la espontaneidad, Twitter ha convertido las reflexiones en reacciones. «Para eso están los hilos, atontao.», dirás tú, y no con poca razón. Pero, el esfuerzo que implica esa adaptación al medio me parece desmesurado, sinceramente. Además, te hace estar demasiado pendiente de la aprobación y la valoración, de los números de RT y de likes. Por no hablar de que para que un tuit funcione a esos niveles (de likes y RT) hay que adoptar «el acento de Twitter». Un código de lenguaje concreto, con cierta cadencia, que llame la atención de tus seguidores y también potencie un poco de haterismo. Ultimamente los tuits que más me funcionan son los que hacen sentir inteligentes a quienes los leen. Los que tienen referencias concretas a la cultura pop enmarcadas con un poquito de ironía y cinismo. La sinceridad en Twitter, si no va envuelta con violencia verbal o con una «inteligentísima» ironía, no le importa a nadie.
¿En Facebook?
Ahí sí que hay espacio. El problema es que a esa gente de Facebook hace ya muchos años que no les cuento mucho de mis opiniones. Irónicamente, lo uso de escaparate profesional. Y digo irónicamente porque la mayoría de interacciones que consigo son de tías, tíos y familiares a los que no veo a menudo, los padres de mis amigos y el mío propio. Que se alegran sinceramente de que me vaya bien, eh. Pero, casi nunca le ponen mucha atención a lo que cuento, se quedan con el mensaje general: «me va bien.». Me dan mucho amor con gifs enormes, emoticonos y aprovechando el apartado de comentarios para mandar besos a mis padres o a mi hermano. Y te digo una cosa, aprecio cierta belleza vulgar (en el mejor sentido del término) en todo esto. Me parece muy tierno. Pero no, Facebook tampoco es el lugar.
¿En Instagram?
¿De verdad? ¿De verdad crees que alguien lee un pie de foto? Y menos si la foto no es un posado. Si es un paisaje, un objeto o si, en definitiva, no tiene cara… Scroll Down baby!
No, amigos, no. Mi única salida posible es un blog. Con el peligro que ello conlleva, claro: Que esta sea la primera y la última entrada del blog que hice el día que me cansé de no tener blog.



Me ha gustado. Sigue así.
Me da que no va a ser la última. Aunque los blogs ya no están «de moda» el ejercicio de escribir en ocasiones suele ser más grato, divertido e incluso más gratificante y necesario que leer. No me perderé tus entradas. Así que ya sabes… Ofrécenos buena mandanga, que sea esta una cita obligada para quienes buscamos a diario placeres sencillos y la belleza de rotundidad.
Gracias, Enrique! Qué grande eres 😊
Me alegro de que te vaya bien Juan. Da recuerdos a tus padres.